Echar clavos

Antonio Peñalver 2

Antonio Peñalver Corbalán

Qué tiempos aquellos en que la fabricación de las alpargatas, además de ser medio de subsistencia -escaso si se quiere-, constituía un trabajo liberal desarrollado en la calle, donde los hombres, agrupados con sus bancos de madera decorados de alargadas manchas negras producidas por las colillas del Caldo Gallina consumiéndose entre calada y calada, cantaban, conversaban, reían, politiqueaban, criticaban y, por supuesto, no dejaban pasar la ocasión de ojear el trasero de cualquier hermosa joven-o no tan joven- que pasara por allí, incluso agasajarla con alguna furtiva galantería, en su denodado afán de completar las docenas necesarias que dignificaran aquella jornada de trabajo.

Lástima que al poco, la mayoría de aquellos hombres de las manazas presurosas y huesudas, tuvieran que acabar haciendo horas en las florecientes industrias mataronenses, dejando sordos de alegría los angostos callejones de nuestro casco antiguo.

Los zagales, sus zagales, al salir de la escuela, ya sabían que tenían que acudir raudos al lugar donde se encontraban sus progenitores, a echar los clavos a las suelas de cáñamo recién elaboradas.

espardenya1

Aquellos niños, embobados y silenciosamente tímidos por el ameno palique de los alpargateros, iban cosiendo las suelas de manera vertical, punto a punto con el punzón, dotándolas de tiesura, mientras soportaban las chanzas de los experimentados ‘destajistas’, que les preguntaban entre carcajadas si su madre había terminado el «delicioso» potaje de mediodía, o si el onanismo había hecho ya mella en ellos.

El paso del tiempo nos ha devuelto a muchos de aquellos responsabilizados insomnes de futuro incierto, socialmente recuperados; sin la angustia que les hizo aterrizar en tierras catalanas, ávidos de vivir otra vez en el lugar que les vio nacer, donde conocieron a la mujer que les acompañaría para siempre en el duro caminar por las tierras de Ramón Berenguer, donde, tal vez, un mozo de escuadra, un próspero empresario o una eficaz profesora, se sienten felices al ver que sus padres han vuelto a su tierra para, esta vez sí, serenar su alma paseando por los mismos andurriales que hacían las veces de improvisada fábrica, evocando aquellas veloces punzadas con la almará, al son de una ranchera de Jorge Negrete o el «soy minero» de Antonio Molina.

COMENTARIOS

Aún no hay comentarios en este artículo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

PUBLICIDAD

Agenda

Planificando agenda.

Información

Farmacias de Guardia telefonos-interes-cehegin

PUBLICIDAD

Últimos Tweets

Chicago Web Design

Un proyecto de comunicación basado en la profesionalidad, honestidad y transparencia a la hora de analizar lo que ocurre, cuándo, cómo, dónde y por qué. Todo contado de una forma clara y sencilla. ACERCA DE NOSOTROS

SÍGUENOS EN LAS REDES SOCIALES

HISTORIAS Y PAISAJES

ÚLTIMOS COMENTARIOS

  • Omar Budesca:

    La última de las hijas de Blas Brando de la que tenemos constancia, Concepción Brando, emigr...

  • EMANUEL:

    Olá Omar! Blas Brando, hijo de Marianna Sorice era primo legítimo de mi bisabuelo Biase Soric...

  • Omar Budesca:

    De hecho miento, los hijos nacieron en 1867 y 1868....

  • Omar Budesca:

    Hola Antonio, qué bueno encontrar aquí este relato. Justo esta noche he descubierto, por a...

  • Belisario Luis Romano Güemes:

    Hola Carmen, soy de Salta, República Argentina, me comunico para expresarte mi admiración por...

  • lapanoramica.es - © Copyright 2014, Todos los derechos reservados
    Aviso Legal | Ley de Cookies
    Diseñado por Esdide