Entrevista a D. Abraham Ruiz Jiménez. Por Antonio Peñalver

 

 

De verdad, creedme, entrevistar a don Abraham es ciertamente fácil. A este prestigioso munerense-me gusta más que munereño-solo hay que abrirle la puerta de la conversación y ya le tienes; tú solo tienes que escuchar y aprender. Nuestro ilustre cronista e historiador es como una catarata de sabiduría. La cultura y el saber van tomando forma conforme va avanzando la interviú. Cuando crees que te vas a poner a su altura intelectual, va y te suelta un ‘crochet’ dialéctico y te deja dando tumbos por la lona del conocimiento. Impresiona oírle hablar de la historia de Cehegín, de sus personajes del ayer y del presente, de Nuestra Señora La Virgen de Las Maravillas; no hay ni un solo ceheginero, ilustre o no, que se escape a su consciencia: «Antes de que el tiempo, con su paso inflexible, los vaya olvidando, conviene recordarlos a todos».

‘Sólo’ 93 años largos repletos de bonhomía y sabiduría contemplan a Don Abraham Ruiz Jiménez, capaz de regalarnos una frase lapidaria que tiene que ver mucho con su obra: 

«Nadie perece totalmente en tanto existan personas que conservan en la memoria el nombre, el rostro, la voz o el gesto cotidiano de quien desapareció del mundo de los vivos».

Afortunadamente para el pueblo de Cehegín, Don Abraham Ruiz Jiménez sigue escribiendo las más bellas páginas de nuestra historia.

¿Dónde nació usted?

Nací en Munera, provincia de Albacete, el día 26 de abril de 1923, donde mi padre ejercía como Maestro Nacional. Munera es un pueblo manchego, pintoresco, con abundante caza de perdiz, en la ruta de las Lagunas de Ruidera, y en donde se ubica el molino y paraje de ‘La Bella Quiteria’, al que Cervantes menciona al hablar de ‘Las Bodas de Camacho’. En 1.929, cuando tenía seis años, mi padre obtuvo el traslado a Hellín, tierra de su padre y de mi madre.

¿Cómo recuerda sus años de infancia?

Mi infancia en Hellín, años de 1929 a  1934, fue un encanto: tierra de la familia materna, mis tías y tío Pepe que era el patriarca de los Jiménez y Hernández. Fui a la Escuela Unitaria de mi padre, que era un gran maestro de prestigio nacional, y durante unos meses del Grupo Escolar recién inaugurado, del que mi padre fue Director Interino pues había aprobado la oposición como Director Escolar.

Desde el año 1934 al 29 de Septiembre de 1936, viví en Caudete, donde mi padre fue destinado como Director propietario. Fueron dos años de encanto, hasta el citado día en que incomprensiblemente fue ejecutado en una “saca” de siete hombres y otras tantas mujeres, motivo por el cual abandonamos el pueblo.

Yo había cumplido trece años y tuve que hacerme cargo de la familia, mi madre, que enfermó mentalmente y hermana, pues mi hermano, que estaba estudiando derecho en Valencia, no apareció hasta terminada la Guerra. Recordando aquellos años, dediqué a mi padre este poema:

Aquel zarpazo

que asoló mi vida

aún lo llevo

rasgando mis entrañas;

mi recuerdo, es, papá,

de tus amores

en los años

de mi tierna infancia.

 

El alma de este niño,

tan ufano, jugaba en el jardín

de la alegría,

una nube la envolvió

en terrores

y un inmenso dolor

la ensombrecía.

 

Dolores por doquier,

y el alma yerta

pensando que jamás

tú volverías;

ausencia de tu amor

y de otros dones,

encanto de mis días.

 

Jamás se borrarán,

mientras exista,

los rasgos de tu rostro

y esa dulzura que llenó mi dicha.

 

Han pasado los años,

hacia el Padre camino

y tú siempre a mi lado,

como en aquellos días

cogidos de la mano.

Más tarde la Guerra Civil. ¿Cómo la pasó y qué recuerdos tiene de aquel triste acontecimiento?

Como he dicho, salimos de Caudete ante el sentimiento de la gente, por la muerte de mi padre. Regresamos a Hellín con la familia materna hasta el final de la Guerra; yo pasé alguna temporada en Albacete con mi tío y padrino Abraham, y al regreso a Hellín me coloqué como “maestro rural” y enseguida en una-un tanto extraña-oficina titulada ‘del combatiente’ en un bajo incautado, montada por un miliciano mutilado casi analfabeto, que necesitaba un joven (ya había cumplido catorce años) que supiese escribir a máquina para pedir a las unidades militares informes sobre los combatientes de los que sus familias carecían de noticias. Me pagaba 300 pesetas al mes y me daba de los alimentos (pan, aceite, carne, hortalizas, etc.) que le llevaban las familias del campo. Se portó muy bien conmigo y lamenté mucho que un Consejo de Guerra le condenase a muerte terminada la contienda, pues había tomado parte  en muchos de los “paseos” en Hellín y cercanías.

Regresó mi hermano, que se había pasado por el frente de Teruel a la llamada Zona Nacional, y como había hecho los cursos tenía la graduación de Alférez provisional. Cuando se licenció, ingresó en el recién creado Cuerpo Superior de Policía y se hizo cargo de la familia trasladándonos con él a Madrid.

A los dos años fue destinado a Murcia pues quería terminar la carrera de Derecho que había iniciado en Valencia y el servicio en Madrid se lo impedía. 

Usted debió ser un buen estudiante. ¿Donde cursó sus estudios?

Fui un estudiante medianejo, pero un gran lector. Terminados los estudios primarios en el Grupo Escolar de Caudete, me preparó mi padre para el ingreso en el Bachillerato en el Instituto de Yecla, poblaciones muy cercanas, y así hasta tercero en 1935/36. En el curso 1939/40, terminé Bachillerato en el Instituto de Albacete.

Fui a Madrid para preparar algo y trabajar. Me coloqué muy pronto en una empresa alemana y multinacional, la famosa Continental, y decidido que mi futuro iría hacia las empresas, asistí a los cursos de Areneros en clases vespertinas y me diplomé en alta contabilidad en el Pramer.

 Los fines de semana asistía al Instituto de Cultura Religiosa Superior (actual Universidad San Dámaso), por cierto que coincidí con personas que serían, posteriormente, destacadas figuras en la política.

Como durante los años 1940 al 42 había trabajado en Hellín como Auxiliar de Procurador con un familiar que ejercía tal profesión, cuando llegamos a Murcia, en el año 1945 asistí a la Facultad de Derecho como oyente y preparado por mi hermano de las asignaturas de las que debería examinarme en la  Audiencia Territorial de Albacete para obtener el título de Procurador, lo cual no llegué a efectuar pues mi vida tomó otros derroteros.

Ya en Murcia, años después, me hice, con pruebas en Madrid, Técnico en Relaciones Humanas y Públicas, lo que hoy se conoce como Técnico en Protocolo.

También en aquellos años tuve ocasión de asistir a unos cursos en la Caja de Ahorros del Sureste de España, y quedé seleccionado para cubrir plazas conforme se fuera ampliando la expansión, lo que me sirvió cuando llegó la hora de abrir en Cehegín, que fue la oficina 26, el día 13 de septiembre de 1949.

¿Cuando y como conoció a su mujer?

Esa es una tierna y dulce historia, y casi un cuento de hadas: Rosario y yo somos primos segundos. Su padre y mi madre, primos hermanos; hermano de su padre, el hoy Siervo de Dios Pedro Alcántara Hernández, que fue Cura Párroco en Cehegín durante los años 1910 al 1913. Con tal motivo el hermano, Pepe, que era un brillante Maestro superior formado en la Escuela Normal de Madrid venía a Cehegín (en donde luego fue Maestro) de vacaciones y se hizo novio de Juanita Espín, una bella y hacendosa ceheginera que estudió magisterio con las Hijas de la Caridad (aunque no ejerció). Este matrimonio iba todos los años a Hellín con la niña Rosarito a la casa matriz de los Hernández, donde nos conocimos y nos veíamos crecer. El año 1932, falleció el tío Pepe, y el 1933 fueron sin él, con aquellos lutos rigurosos. Volveríamos a vernos acabada la Guerra, ambos con 16 años y yo me la grabé en el corazón. Cartas, etc., y por fin, viviendo en Madrid, vine a Cehegín en la Navidad del año 1943. Nos casamos el día 1 de septiembre de 1947.

Hábleme de su experiencia argentina.

Mi suegra tenía un único hermano, Antonio, que se fue a Buenos Aires y allí contrajo matrimonio con una prima hermana, Emilia, hija de un hermano de su madre que ejerció como Farmacéutico. Hacía años que no se veían los dos hermanos y coincidiendo con la boda de Rosario y mía, quisieron que fuéramos y que nos quedáramos para trabajar, yo en su negocio de suela cortada. Y así comencé; pero mi suegra padecía una enfermedad hepática más grave que la diagnosticada aquí, se puso muy mal al llegar y me dijo que ella se quería morir en Cehegín, y que la enterraran con su marido. Y nos vinimos. Falleció a los tres meses de llegar.

Allí conocimos a muchos cehegineros que lo primero que nos preguntaban era por la Virgen de las Maravillas; si no le había sucedido nada durante la Guerra y yo les hice el primer salmo de alabanza a los cehegineros por su Patrona. Cuando me incorporé a la vida local, mi primer escrito fue dedicado a la Virgen. Hasta hoy.

¿Cuándo y por qué llega a Cehegín?

Creo que lo he contado. Lo que ha quedado por decir son los motivos que me impulsaron a quedarme aquí. Lo digo ahora. Fallecida mi suegra, Rosario estaba muy adelantada del embarazo de nuestra hija mayor, Mª Teresa, y quedó muy afectada; había que esperar acontecimientos. Por otro lado, teníamos unas propiedades rústicas que aunque cultivadas modestamente no se podían abandonar, me acordé de mis relaciones con la Caja de Ahorros del Sureste y coincidió que deseaban continuar la expansión; se abrió la oficina en Cehegín, como he contado, y me entregué en cuerpo y alma a la tarea de servir a los cehegineros. 

¿Cómo era y qué papel desempeñaba la Caja de Ahorros del Sureste en el mundo de la cultura, en la época en que usted ocupaba un alto cargo en ella?

La Caja de Ahorros del Sureste de España era una entidad benéfico-social que con los ahorros populares, incrementaba la economía de las poblaciones de su actuación y ejecutaba actividades de índole socio-cultural. Fue modélica.

En Cehegín hizo tantas cosas (mejora de cultivos, revestimiento de acequias, fomento de pequeñas empresas, mecanización de los jornaleros para ir al monte a por leña y a los lugares de trabajo,  financió “La Verja”-aunque desapareció por otras razones-y creó el Aula de Cultura. Ello le valió que el Ayuntamiento presidido por mi querido amigo Juanito Peñalver, le concediera la Medalla de Oro de la Ciudad.

A muchos de los actos programados por el Aula de Cultura asistían muy representativos vecinos de Caravaca y de Bullas. El Aula de Cultura tenía dos facetas:

-hacia el público. Desfilaron por ella destacadas personalidades nacionales y provinciales, cuyos nombres no cito por innecesarios.

-hacia la ciudad, como centro de estudios locales, y ahora sí cito con emoción algunos de los nombres de aquellos magníficos compañeros que comprendieron la importancia de empezar a estudiar la psicología ceheginera y cito al Dr. Ginés de Paco y de Gea y a Fray Juan Zarco, Francisco Ribés, Adolfo Mérida, Francisco Ortega Padilla, José Luis López Fajardo, Antonio Espejo Ruiz, Salvador Piñero Ferrer, Francisco de Sales Álvarez de Hita, Pedro López Sánchez y Manuel Gea Rovira entre otros nombres, pues me falla la memoria.

Puedo decir que con la citada Caja de Ahorros en Cehegín, sucumbió definitivamente el misérrimo siglo XIX que renqueaba malamente en un amplio espectro económico, una agricultura anticuada, etc.

Debo decir que “de alto cargo” nada. Fui un modesto director o Jefe de Oficina que quiso cumplir con sus obligaciones para la entidad y para el vecindario. Circunstancias especiales me hicieron llevar a cabo la expansión en Caravaca, cuya jefatura tuve que asumir una temporada.

Cuando ya teníamos en marcha el nuevo edificio, que hicimos con tanta ilusión en la Calle Obispo Caparrós-hoy Cuesta del Parador-, que años después, estando ya en Murcia, hubimos de abandonar pues toda la actividad económica, in crescendo, de la población se instaló en la Gran Vía y aledaños.

Por el año 1963 se me planteó el tema de ir a Murcia, como Subdelegado, con un amplio abanico de funciones que se me ampliaron al llevarse a cabo las fusiones que dieron lugar a la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia, en la que me jubilé hace más de treinta años por razones de salud, pasando a vivir una vida apartada que no logré de momento pero que sí paulatinamente.

¿Qué significa Cehegín para usted?

Que es mi vida y que lamento no poder residir aquí todo el año, pues ya está montada nuestra modesta existencia en la capital, donde no hay cuestas, la Iglesia está a dos pasos y mis hijas no nos dejan. De todas formas, ya tenemos asegurados nuestros lugares en el Cementerio para cuando Dios disponga y para “in aeternum”.

¿Qué supone para usted ser el cronista oficial de la villa de Cehegín?

Diré sin énfasis: Esto es “la perla de la corona”. Lo que lamento es que mi obra se va dispersando y los cehegineros no tienen conciencia de lo que voy sacando para ellos. Y una corrección: Cehegín no es villa, sino Ciudad y Excelentísima.

En mi toma de posesión dijo el Presidente de los Cronistas, J.A. Melgares, que yo “era el lujo de Cehegín”. Que Dios lo perdone. El lujo de Cehegín es el mismo Cehegín.

¿Es cierto que usted quedó fascinado con la figura de don Ramón Chico de Guzmán tras ahondar en su vida y obra?

Aclaro, sin presunción, que he sido el descubridor de varios personajes cehegineros en el tiempo. Los más destacados: el Obispo Caparrós y el apuntado don Ramón. Por cierto que hay un ceheginero joven que me ha desbancado. Se trata del Dr. en Derecho Julián Gómez de Maya, que sabe ya de don Ramón más que él mismo si volviera a nacer. Tengo propuesto a la Junta Directiva del Casino que organice un homenaje a don Ramón con una conferencia de Julián y colocar un retrato realizado por nuestro querido Cosme Matallana en la Biblioteca de dicho Centro.

Todo ello no empece para que el siglo XIX me haya apasionado y lo tenga muy estudiado.

Desde la perspectiva y la sabiduría que dan los años, ¿cómo ve el mundo hoy en día?

Yo solía asistir a una tertulia a la que también concurrían varias personas no lerdas, y alguna vez se dijo que estamos asistiendo al principio del fin del mundo. Por desgracia, la mayoría de aquellos amigos ya están en presencia de Dios.

¿Qué supuso para usted ser nombrado Hijo Adoptivo de Cehegín?

El día 9 de septiembre de 1994 fue uno de los más grandes de mi vida, y para Rosario y  mis seis hijos, todos de nacencia ceheginera. ¡VIVA CEHEGIN! 

¿En qué ocupa su tiempo en la actualidad? ¿Está escribiendo algo?

El estado de salud de Rosario y mío nos aconseja llevar una vida muy casera: leer, rezar, escribir, misa diaria, algún compromiso oficial y la familia.

Como Cronista Oficial, atiendo a los compromisos de colaboración, las comunicaciones para los Congresos nacional y regional, para lo que cuento con Jesús Hidalgo, Archivero Municipal, que ya tiene buenos amigos entre los cronistas murcianos.

No sé si se enfadará este Jesús si digo ‘abonico’, que es un gran archivero y un mejor escritor, a mi entender.

Hábleme de su último libro, compendio de sus mejores artículos.

Creo que son seis libritos los que tengo publicados: “Cehegín en el siglo XIX”; dicen los entendidos que es un clásico. A otros les gusta más “De la Ópera Ceheginera”. Del último “Crónicas por la Virgen Maravillosa”, debe quedar algún ejemplar en Cehegín.

Empero, a la colección de temas que publica el diario “La Opinión”  cuando me toca, en los domingos, le tengo mucho cariño.

Me despido con la sensación de haber asistido a uno de esos momentos de los que entran pocos en ‘un puñado’, como solemos decir los cehegineros. Me siento un privilegiado por haber sido receptor del relato de una vida singular, de la mano de su propio protagonista don Abraham Ruiz Jiménez, todo un ejemplo de superación en tiempos difíciles y de hombre hecho a sí mismo. Ha sido un placer y que usted y los suyos tengan un feliz día.

Antonio Peñalver

Marzo de 2017

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