Juanito Peñalver, a sus 92 años, repasa su intensa trayectoria vital en Cehegín en una entrevista personal para ‘La Panorámica’

Su nombre es Juan Peñalver Espín, aunque todo el mundo le conoce como ‘Juanito’ Peñalver a pesar de sus 92 años. Nacido un 10 de marzo de 1923, su memoria prodigiosa nos sirve para hallar en sus recuerdos una parte importante de la historia de Cehegín de mediados del siglo XX, a la que él contribuyó siendo alcalde durante cuatro años aproximadamente.

Su testimonio es único, ya que poca gente de su edad sigue viva; además de por su corto aunque intenso paso por la política. Hombre calificado por todo el que le conoce de honesto y trabajador. Sus años de alcalde fueron tiempos difíciles, pero él supo generar concordia y gobernar para todo el mundo sin distinciones de ningún tipo.

-¿Dónde naciste Juan?
Nací en Cehegín, en la calle Estafeta, pero me crié en la calle Unión donde mis padres fijaron su residencia definitiva hasta su muerte.

-¿Cómo fue tu niñez?
Pues feliz, como la de casi todos los niños de corta edad. Yo por suerte o por desgracia nací en el seno de una familia acomodada; mi padre era fabricante de alpargatas y este tipo de calzado era el más corriente en aquellos tiempos de depresión. Bien es verdad que mi padre, hombre de pocas palabras pero querido por todo el mundo, dio mucho trabajo en este pueblo mientras el negocio de la alpargata se mantuvo en pie.

-¿Tienes algún recuerdo de esos tiempos?
Pues sí alguno hay (ríe). Cuando tenía, no sé…, diez u once años, cogí el tifus y estuve más p’allá que p’acá. Tuve que permanecer varios meses en la cama; me ponían a diario unas cataplasmas hechas de polvo de mostaza que había que traerlas de Caravaca; me acuerdo que las llamaban ‘sinapismos’. Al final mejoré de aquello, pero tuve que volver a aprender a andar.
También recuerdo a malas penas mi paso por los párvulos con Sor María y cuando empecé el bachiller en el instituto Cervantes de Caravaca. No me gustaba tener que ir todos los días, y aunque no saqué malas notas, le dije a mi padre que lo que quería era trabajar con él. Mi padre aceptó y ahí se acabó mi etapa de escolaridad; tan solo tenía doce años. Al poco, estalló la guerra civil.

-¿Qué recuerdos tienes de la guerra civil?
Pues no muchos; piensa que yo tenía trece años cuando estalló la guerra y dieciséis cuando acabó. Recuerdo que la fábrica de mi padre estaba incautada y nos veíamos obligados a hacer forros de lona para las cantimploras de los soldados. También recuerdo que mi padre tenía que entregar la llave donde tenía lo recaudado del día a alguien (no recuerdo a quien) que la custodiaba hasta el día siguiente. Pero en fin…, aquello afortunadamente acabó y yo fui cumpliendo años trabajando, hasta que me llegó la hora del servicio militar, que cumplí en el estado mayor del ejército en Alicante. Aunque durante un largo periodo me trasladaron a Sabiñánigo en El Pirineo aragonés, a controlar a los maquis. Luego ya me casé en 1.948 y formé una familia y…, hasta ahora (vuelve a reír).

-¿Cómo y por qué llegas a ser alcalde?
Yo siempre andaba metido en cuestiones de ámbito local; que si en la directiva del fútbol, o del casino o, en este caso, concejal del ayuntamiento de Cehegín. El anterior alcalde Juan Antonio Valero Elbal, por distintas razones, había decidido dejar la alcaldía y pensó en mí para sustituirle, algo que estaba muy lejos de mis deseos pues yo tenía que atender mi trabajo que es lo que nos daba de comer a mí y a mi familia; pero el gobernador civil, Nicolás de Las Peñas, poco menos que me obligó a aceptar el cargo con la promesa de que cuando encontraran a otro que cumpliera los requisitos, yo dejaría de ostentarlo; vamos que accedí con carácter de provisionalidad. Al poco, el gobernador perdió la vida junto a su mujer y el chófer en un desgraciado accidente a la altura de La Mota del Cuervo cuando viajaba a Madrid. A pesar de este amargo contratiempo, yo seguía con la idea de dedicarme a mi trabajo en la fábrica de alpargatas.

-¿Cómo fue tu andadura como alcalde?
Difícil, muy difícil. No había ni un duro para casi nada; pero bueno, se iban haciendo cosas con más esfuerzo que otra cosa.
La primera inauguración que hice fue la Sección Delegada-ahora Instituto Vega del Argos-dependiente de Lorca. Tengo que reconocer que lo más importante me lo encontré hecho, como fue la donación de parte de los terrenos del antiguo campo de fútbol, pero yo acabé las obras y tuve el honor de inaugurarla.
Si me permites, te contaré una anécdota que ocurrió el día de la inauguración. Venía el gobernador Alfonso Izarra Rodríguez en su coche oficial, un Seat 1.500 negro, por la Calle del Convento y había unos socavones terribles; parecían simas. El coche empezó a dar corcovos; el gobernador pilló un cabreo terrible y cuando llegó a la puerta de la Sección Delegada que estaba abarrotada de gente que había asistido a la inauguración, yo acudí a cumplimentarle y nada más bajar del coche me dijo, con educación, eso sí: «Juan, quiero que la calle quede arreglada esta misma semana». A lo que yo le respondí, con educación también: «Don Alfonso, este problema ya se lo planteé días pasados para que no ocurriera lo que ha ocurrido». Él me dijo: «Es igual, que se arregle y punto». El dinero para estos menesteres, había que trabajárselo en Murcia.

– ¿Cómo estaba el tema de la docencia por aquel entonces en Cehegín?
Pues como se podía con arreglo a aquellos tiempos. Yo acometí el adecentamiento de todas las escuelas del pueblo. Muchas de éstas se encontraban en casas particulares. La mayoría no tenían pavimentación ni terrenos para recreo. En las escuelas del paseo de La Concepción hubo que legalizar los terrenos que pertenecían al conde de Vigo y sus hermanos. Todo se hizo de acuerdo con ellos.

-¿Y con respecto a obra civil?
Pues eran empresas muy humildes. Por ejemplo, todas las calles del casco antiguo fueron arregladas con mortero de cemento, acometiendo su alcantarillado.
Le dije a los vecinos que cada distrito lo solicitara de forma oficial; que el gobierno civil se hacía a cargo del 60%, el ayuntamiento de un 20% y el restante 20% a cargo de los vecinos que tocaban a nada prácticamente. Así se evitó el derrumbamiento de la mayoría de las casas, ya que al estar Cehegín ubicado sobre un cerro, las aguas de arriba perjudicaban a los vecinos de abajo. También se arreglaron todos los caminos de la huerta, unos con asfalto y otros con piedra y tierra.

Se construyó la guardería infantil en la Gran Vía. Hubo que comprar los terrenos a sus dueños, lo que nos costó mucho esfuerzo y dinero que no teníamos. También tengo que mencionar la promoción por parte del Ayuntamiento junto con Sindicatos del segundo lote de casas baratas situadas en las eras de La Tercia. Como también la entrega de viviendas llamadas «de los pobres» frente a la Sección Delegada.

-¿Cómo se llevó a cabo la compra de la casa del nuevo ayuntamiento?
El edificio del Ayuntamiento de la plaza era ya inhabitable; estaba ruinoso. La dueña de la casa Peñajaspe, doña María Más, estaba por la labor y nos la vendió-si no recuerdo mal-en 1.050.000 pesetas con muebles, con la lámpara de la escalera y dos figuras que había en la entrada, un gran cuadro y hasta una caja de caudales grande. De acuerdo con ella se le fue pagando a base de 50.000 pesetas anuales y sin ningún miedo a que en algún momento no se le pudiera pagar alguna anualidad.

-¿Cómo se las ingeniaban para obtener recursos y poder hacer frente a los pagos?
Pues además de los ingresos propios que eran escasos, me las tenía que ingeniar; por ejemplo: un año hablé con el gobernador para que a su vez hablara con el delegado de Hacienda, para que nos permitiera promocionar unas rifas de boletos. Gracias a esto pudimos celebrar las fiestas patronales y también restablecer, después de muchos años, las fiestas de Semana Santa. También hice gestiones con exportadores de fruta-principalmente albaricoque-para promocionar nuestra fruta y que tomara valor. Me pateé los montes del término con fabricantes de mármol en busca de canteras, sobre todo con un tal Berasaluce de Novelda.

Fíjate si la cosa estaba mal en cuanto a ingresos, que un año había que hacer frente a una paga extra, no sé si de Navidad, de los empleados del Ayuntamiento y el tesorero me dijo que iba a ser difícil satisfacerla; los empleados andaban preocupados por este hecho. Entonces una noche, pensando, tomé una decisión: hablé con mis hermanos y les dije que me permitieran adelantarle el dinero al Ayuntamiento, ya que estaba pendiente el cobro de una tala de pinos; que cuando viniera ese dinero, se satisfaría el préstamo. Mis hermanos, a regañadientes, accedieron y los funcionarios pudieron cobrar su paga extraordinaria.

-A todo esto, ¿cuánto ganabas como alcalde?
Nada. Absolutamente nada. Entonces los alcaldes no teníamos sueldo; solo los gastos de desplazamiento, claro. Lo hacíamos por amor al arte como suele decirse. Al contrario, cuando bajaba del Ayuntamiento a mi casa para comer, siempre había alguien esperándome para que le solucionara algún problema; casi siempre eran asuntos de linderos o cuitas vecinales. Yo tenía que compatibilizar la alcaldía con mi trabajo en la fábrica. Recuerdo un día que vino el gobernador civil, no recuerdo a qué, y tras la resolución de lo que teníamos que hacer, una comitiva del Ayuntamiento tenía que acompañarle a una comida que se organizó. Yo me excusé pues no podía abandonar mi trabajo y él me dijo: «No te preocupes, estás excusado; lo primero es lo primero».

-Cuéntanos más cosas, Juan.
Pues, por ejemplo, te diré que todos los alcaldes teníamos como obligación el arreglo y cuidado de la plaza de toros, ya que es propiedad del Ayuntamiento. A mí me tocó hacer el callejón de desencajonamiento, ya que cuando se hacía directamente al ruedo, se lesionaban los toros. Otra cosa peculiar de los alcaldes de entonces, era presidir de forma testimonial las juntas generales de las cooperativas, bancos y cajas de ahorro, casino y comunidades de regantes, así como las procesiones y funciones religiosas.

– ¿Y anécdotas?
Un día subió una comisión de la pedanía de La Virgen de La Peña (lo cuenta riéndose) con el pedáneo al frente, a notificarme del peligro que corría la escuela ya que un peñasco de gran tamaño estaba a punto de caerle encima y no había tiempo que perder. Me puse al habla con el comandante de puesto de la Guardia Civil y acordamos que sin perder un segundo, volaríamos la piedra. Llamamos a un técnico en canteras y ese mismo día explosionamos el peñasco. Precisamente por la rapidez con que solucionamos el asunto, nos trajo un serio enfrentamiento con la jefatura de minas; pero el problema se solucionó favorablemente.
También estoy recordando que, a solicitud del pedáneo de Valentín, donamos una televisión para el club de la parroquia, cosa que luego se fue haciendo con las demás pedanías.
Como ves, eran cosas insignificantes en comparación con los grandes presupuestos de hoy en día, pero es lo que había entonces.

-¿Tienes algún mal recuerdo de tu paso por la alcaldía?
En líneas generales no. Si acaso cuando tomé la decisión de bajar el mercado de la calle Mayor a la calle Mataró; las críticas fueron muy duras; fíjate que yo vivía entonces en la calle Unión, próxima a la Casa de las Columnas. Yo solo quería evitar la injusticia que suponía que las mujeres del barrio tuvieran que subir al pueblo para hacer la compra; pensé que debía partir el camino entre el pueblo y el barrio, creo que era lo justo y el tiempo ha acabado dándome la razón. Al poco tiempo ya nadie reparaba en este hecho.

-¿Recuerdas alguna gestión que no se pudo llevar a cabo?
En mi afán de encontrar recursos para el Ayuntamiento, tuve la idea de crear una plantación de almendros en los terrenos baldíos o faldas de los montes, propiedad del Ayuntamiento. La idea fue acogida con agrado y se le comunicó a Extensión Agraria, que hizo un estudio positivo de dicha cuestión. El ayuntamiento se haría cargo de la plantación, ya que en ese momento había una dotación por parte del Estado para plantaciones expresamente de almendros. La idea era donar la explotación de esos terreno a aquellos agricultores que estuvieran dispuestos. Las condiciones eran que tenían que entregar un porcentaje pequeño de la cosecha al Ayuntamiento,o bien el importe en metálico de dicho porcentaje.
Como necesitaba el permiso indispensable del distrito forestal, que es quien disponía sobre los montes a pesar de ser propiedad del pueblo, hubo que hablar con el ingeniero jefe don Juan de Berástegui, el cual se negó por cuestiones técnicas que nunca entendí.

-Para terminar, cuéntame los mejores momentos de tu estancia en el Ayuntamiento.
Pues… (se queda pensando un momento) sin duda uno de ellos fue hacer hijo adoptivo de Cehegín a don Ginés de Paco y de Gea, ciezano de nacimiento. Era un gran médico y una gran persona que se ganó el afecto de todo el mundo por su sencillez y su afabilidad. Nunca dejó de atender a nadie por no poder pagarle. Además, fue también alcalde de Cehegín durante un corto periodo de tiempo; a él no le gustaba el cargo.

Tengo una anécdota que si me permites te la cuento: a espaldas de mi padre habló con el entonces gobernador civil para proponerle como su sucesor, y el gobernador le dijo: «Tráetelo un día y hablamos con él». Así lo hizo. Un día lo metió en su coche y cuando iban a la altura de Alcantarilla, éste le dijo a mi padre: «¿Te montas conmigo en el coche y no me preguntas a dónde vamos»? Mi padre le contestó: «Yendo contigo no puedo ir a ningún sitio malo». Entonces, don Ginés le dijo: «Voy a proponerte para alcalde»; a lo que mi padre le contestó: «Pues si eres mi amigo, da la vuelta porque te has equivocado de persona». Hoy, casualmente, yo vivo en la calle que lleva su nombre.

También recuerdo con agrado aquella ‘Operación Retorno’ que se hizo para traer a viejos emigrantes que no podían costearse los gastos de desplazamiento. Aquí se recibió con todos los honores a un matrimonio de cehegineros que se habían marchado a Brasil hacía muchísimos años. Fue una gran alegría ver a esas personas emocionarse al reencontrarse con su familia.

Muchas gracias Juan o Juanito por atendernos. Ha sido un placer escucharte y, desde luego, de aquí salimos sabiendo más sobre la historia reciente de Cehegín que cuando hemos entrado.

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COMENTARIOS

VJM 10 noviembre, 2015 a las 7:37 pm Responder

Preciosa entrevista.
He tenido la fortuna de conocer de cerca a Juan, y he de decir con letra mayúscula que ya me gustaría que nuestros jóvenes de hoy conservaran una mente tan aperturista, sin fronteras ni colores asociativos a pesar de la historia nacional que le tocó vivir. Felicidades Juan, eres envidiable.

Paco Espin 17 junio, 2017 a las 6:15 pm Responder

Me ha gustado mucho. No sé si habrá sido su hijo Antonio el reportero. Cuando era pequeño y estaba «torcio» mi madre me llevaba a la consulta de D. Ginés. Hemos sido y lo somos grandes amigos de Juanito….de Josefina….de Juanito jr. Jose Mari y Antonio

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