Crónica de la ruta del alto Alhárabe, en Moralla. ‘Andando bajo la lluvia’, Piedad M. López

 

 

Llueve… Así termina el sábado, y comienza el domingo. Así nos despertamos, aún de noche, con el sordo retumbar de millones de gotas de agua que caen desde el cielo sobre los tejados de las casas que aún nos cobijan. Pero nuestra determinación es clara, hoy saldremos en busca de aventura, bajo la lluvia que riega unas tierras al límite de su resistencia. Hace mucho que nuestros extenuados paisajes esperan un ciclo de lluvias como el que estamos disfrutando, y no podemos más que unirnos a la fiesta. Me calzo las botas y salgo a la calle…

Somos un grupo numeroso de valientes andarines, que no hemos cedido ante la adversidad. Si bien el agua en Murcia es una rareza, no es fácil ponerte en marcha desde bien temprano bajo la lluvia, y el dios Zeus, se apiada de nosotros convirtiéndola en una finísima cortina líquida, casi imperceptible, pero que nos obliga a sacar nuestros paraguas. Comenzamos la caminata desde el Bancal de la Carrasca, pues hoy visitaremos otro nuevo tramo de nuestro río de montaña, saludando a dos ejemplares de Sabina albar que jalonan el camino.

La ruta nos obliga a cruzar el río, donde encontramos los primeros rastros de la mañana; unos excrementos de Turón que su propietario ha depositado estratégicamente en el cruce del Alhárabe para marcar el territorio, ahora sabemos quién es el jefe de este tramo de río. Variamos la excursión de cómo la teníamos prevista, dado que el cauce está excesivamente húmedo para ascender por él, y continuamos camino arriba hasta llegar a las ruinas del cortijo de la Dehesica, que languidece olvidado rememorando tiempos mejores.

Encontramos dos tipos de señales nuevas… los esqueletos fosilizados de aquellos seres que vivieron hace millones de años, y acabaron formando las piedras que hoy pisamos, erizos de mar y nummulites, y de otro ser que, vivito y coleando, utiliza estas mismas piedras como soporte de sus marcas territoriales, un zorro. Comprobamos que son las bayas de los enebros y las sabinas lo que ha desayunado, sin rastro alguno de proteína animal. Los musgos, sedientos de humedad derrochan color en un verde casi fosforescente, es increíble lo que ha variado su aspecto, seco y marrón de hace tan sólo unas semanas.

El puente por el que habitualmente cruzamos, ha sido arrastrado río abajo al inicio de la pasada primavera, así que hacemos equilibrios sobre las piedras para cruzar sin mojarnos los pies. Al otro lado de la corriente, nuestro caminar sigue una senda hasta encerrarnos en un pequeño barranco que esconde un salto de agua, que necesita de mucha más lluvia para mostrarse. El Alhárabe, que en este tramo se convierte en un auténtico río de montaña encañonado entre impresionantes fallas, se llena de matices coloristas propios del otoño, intensificados por la humedad. Rojas las cornicabras y los serbales, adornan el verde intenso del bosque de pinos y encinas… descubrimos los apriscos en los cenajos envueltos en una densa y mágica niebla, de la que emerge como un fantasma, un Cernícalo que habita estas paredes.

La bruma, nos aísla del mundo real para transportarnos a la época que encierran estos antiguos muros que defendían a los pobladores de estos abrigos hace quizás milenios. Hoy nosotros, ascendemos como ellos por las repisas de calizas nummulíticas, en busca del amparo y refugio que ofrecen las grandes oquedades originadas por la erosión, hasta llegar a los corrales de ganado, de uso tan reciente que aún conservan la basura en el suelo, y las firmas de los que allí encerraban sus rebaños. Aviones roqueros rasean el cenajo bajo la lluvia, mientras nosotros, libres ya del líquido elemento, recorremos los abrigos en busca de un buen lugar donde almorzar y secarnos un poco.

Las vistas desde aquí impresionan, aún con la niebla que convierte nuestro mundo en algo limitado, con la incertidumbre infantil de qué esconderá la densa niebla que se ha tragado nuestro horizonte… ¿volveremos a nuestra época al salir de ella, o nos quedaremos para siempre en eterna excursión? Almorzamos fantaseando con las formas de vida anteriores a la nuestra, y no es para menos, porque como solemos hacer, no vamos a tomar nuestro almuerzo en cualquier lugar, ni sólos, sino en compañía de los antiguos habitantes de lo que fue el suelo que nos sustenta. Sentados sobre un estrato que se formó durante el Eoceno, las ignitas de algunos fósiles de gasterópodos marinos gigantes, como el Serratocerithium serratum nos observan desde la roca, impasibles ante nuestra presencia allí.

Nos encontramos sin duda en un Lugar de Interés Geológico, fallas, fósiles… que fue aprovechado por nuestros antepasados como hogar y refugio. Pero hoy día, son otros los que buscan el abrigo que ofrecen los cenajos. Encontramos dos plumas de aves muy diferentes, Cárabo y Pito real, dos visitantes actuales, y por supuesto, encames y rastros de Cabra montés. Disfrutamos así del misterio y la belleza de un auténtico paisaje otoñal, que nos ha desvelado una vez más parte de la historia que encierra, mostrada a los que gustan de leer entre líneas, de conocer un poco más, de formar parte de ellos.

La realidad nos devuelve a una lluvia que en nuestro abrigo de roca creíamos terminada, y caminamos decididos de vuelta, felices por haber disfrutado de un día diferente, pero con la mente puesta en algo que desde muy antiguo nos ayudó a sobrevivir… el fuego. El fuego que nos espera para calentar nuestros mojados cuerpos, y sobre el que cocinan los ricos platos con los que acabaremos de calentarnos por dentro también, y que hoy disfrutaremos especialmente tras el remojón.

Nos hemos ganado un final de jornada con una deliciosa degustación de platos típicos en el restaurante La Puerta, al amor de la estufa de leña. Isabel, de aceites Comendador, nos regaló el paladar con el primer aceite de este año, oro líquido extraído unas horas antes de las olivas moratalleras. Pero todavía nos quedaba una sorpresa más… con la estufa crepitando, mientras disfrutábamos de los postres y el café, dos compañeros de estas rutas temáticas tomaron el protagonismo: Pedro Ibáñez Talavera, propietario de la librería Marianela, tuvo a bien convertirse en maestro de ceremonia de nuestra “descubridora”, autora de su primer libro, María López Mayol, que traía su obra aún chorreando tinta, “La mujer que aprende de los caballos”. Nos contó en persona, el cómo y el porqué de este trabajo, sentimientos rotos y recompuestos gracias a sus caballos, algunos de los cuales, también han resurgidos de sus cenizas con ayuda de personas que, como María, viven la vida a corazón abierto. Así terminamos un bellísimo día de otoño, en el que naturaleza y cultura, se dieron la mano en un pequeño punto del planeta, Moratalla.

P.d.: Queremos compartir la alegría de volver a tener a nuestro lado, disfrutando de la pasión que nos une, a Gracia, que valiente como es, ha superado la lesión que la mantuvo alejada por un tiempo de unos paisajes que ella, junto con Ignacio, se empeña en recorrer y conocer. ¡Bienvenida!.

 
 
 

COMENTARIOS

CRISTOBAL 31 diciembre, 2016 a las 8:50 am Responder

¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO-2017- QUE EL SEÑOR Y LA VIRGEN DE LAS MARAVILLLAS- NUESTRA PATRONA DE CEHEGIN- LLENE DE FELICIDAD CON PAZ Y BIEN EL NUEVO AÑO A TODAS LAS FAMILIAS CEHEGINERAS Y DEL MUNDO ENTERO¡¡-PAZ Y BIEN¡¡

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