El mes de los Santos

_MG_7438Antonio González Noguerol

“Partimos cuando nacemos / andamos mientras vivimos / y llegamos al tiempo que fenecemos; / así que cuando morimos / descansamos.”
Jorge Manrique


C
oncluidos los fastos septembrinos y las festividades del Poverello de Asís, El Pilar y Teresa de Jesús, sorprendentemente nos vemos abocados a noviembre el Mes de los Santos, que se dice… por nuestras tierras del noroeste murciano se van manifestando esos días plomizos y grisáceos, silenciosos… los viejos agricultores le llamaban “tiempo estaizo”. Ya en las pinadas afloran las brumas que se elevan misteriosamente hacia el cielo. Es cuando ese amargo pero peculiar color ocre se ensaña con el paisaje ceheginero.

Aunque llevamos varios años que el cambio climático impone sus nuevos biorritmos y muestra temperaturas primaverales que retrasan, tercas, la caída de la hoja.

Antaño eran fechas preñadas de jornadas tristes y melancólicas, quizás influenciadas por aquel tiempo inclemente, un día lluvioso, otros con neblinas agoreras que representaban, paradójicamente, un momento de reencuentro entre el mundo de los muertos, personificados por la tierra estéril, y el mundo de los vivos, simbolizado por las semillas sembradas que posibilitarán la vida en el futuro. Y es que las festividades de los Santos y Difuntos son, en sus raíces, remembranzas otoñales que nos anuncian la inminente proximidad del invierno.

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En tiempos pasados se solían rescatar de las arcas aquellos descomunales chales negros con flecos de lana donde se arrebujaban las mujeres. Asimismo, los caballeros lucían de nuevo sus abrigos o pellizas, que en algunos casos pasaban de padres a hijos y de éstos a los nietos.

La tierra, metáfora femenina, aparecía yerma después de la tala o la siega hechas en julio y en agosto, pero cuando recibía la semilla, símbolo masculino, esta tierra se tornaba en esperanza de continuidad de la vida para todos los humanos.

No es extraño pues, que tenga lugar justamente en el otoño, cuando la naturaleza va muriendo poco a poco y se prepara para cubrirse con el sudario blanco del invierno. Es el movimiento perpetuo de la Madre Naturaleza.

El concepto de fantasmas y brujas era común en todas estas celebraciones. Rezaba la superstición vieja y agorera que la conmemoración de Todos los Santos es fecha fatídica y se aguaban en ella todas las diversiones, incluso el vino. Debían abstenerse de cazar o pescar, porque reventaba el cañón de la escopeta o se pescaban espantables cabezas de ajusticiados.

En las zonas montañosas, al llegar la estación autumnal, se creía que esas noches las ánimas en tránsito sentían frío y desamparo y por eso visitaban sus moradas terrenales donde se les preparaba fogoso vino, pan tierno y cama caliente.

Don Juan Tenorio

Son muchas las tradiciones que concurren en estas fechas: desde las referencias literarias, (‘Don Juan Tenorio’ de Zorrilla; ‘El Estudiante de Salamanca’ de Espronceda…etc.), cuando nos acercamos al mes de noviembre, es inevitable vincularlo a la figura fantasmagórica de Don Juan; la polifacética estampa del descreído y disoluto ‘Burlador de Sevilla’. ¿Qué no se habrá escrito, a lo largo y ancho de nuestro planeta del mito de don Juan? Sin lugar a dudas, dentro de la iconografía literaria española don Juan y don Quijote ocupan lugares preeminentes.

También es tradición consumir postres como los Buñuelos de Viento, evocando acaso el irritable genio del dios Eolo; o los populares Huesos de Santo que gozan de un simbolismo funerario. Antiguamente se practicaba la fervorosa costumbre de rezar un padrenuestro a los fieles difuntos por cada dulce o castaña consumida y a los niños se les decía que de no hacerlo aparecería un fallecido que les tiraría de los pies mientras dormían.

Asimismo, por estas fechas maduran ya los frutos tardíos o de otoño, los minúsculos ‘aratones’ del almez que tanto proliferaban en las riberas del Argos, -granadas, higos, uvas, membrillos, caquis,- que algunos dicen son los más sabrosos, es cuando las evocadoras castañeras aparecen en el paisaje urbano con su rústico infiernillo chisporroteante ofreciendo a los viandantes su preciosa mercancía al amable reclamo de: “¡¡A la rica castaña de la Vera… calenticas, son las primeras!!”… avivando el cuerpo y el ambiente.

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Con la Fiesta de los Fieles Difuntos, sostiene la estación otoñal, llena de presentimientos, su punto más reflexivo y dramático. Seguimos conservando la piadosa costumbre de acudir al Camposanto, (¡qué hermoso nombre!). El escenario parece adecuado para ejercitar el devoto recuerdo hacia los que se fueron al “más allá”.

Hoy la vida es tan superficial, tan apresurada, que este encontronazo nos asalta, nos sorprende y nos sumerge por unas horas en la más delicada de las memorias.

Se han desmantelado casi todas la supersticiones, se han desvanecido muchas tradiciones, pero el sentimiento perpetuado por el enorme peso evocador de estas jornadas, queda aún vivo e intrínseco, proporcionando a este mes de noviembre el aire grave de la muerte, de la amorosa muerte igualadora.

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